A la manera de Rubén Darío
Basil, esta tierra llena de vida, contraste y belleza que nos deja a todos con la boca abierta. Mi primer viaje a este maravilloso terreno exótico fue con 12 años y empecé por visitar la majestuosa ciudad de Río de Janeiro, un lugar maravilloso, un equilibro entre lo urbano y lo natural. Cuando subí hasta la famosa estatua de Río estaba exhausto pero a la vez agradecido de poder contemplar todas esas colinas verdes intenso, el mar azul como el zafiro y la ciudad que se alzaba entre los dos colores. Era un espectáculo para mi, me llenaba de vida.
La gente allí era amable, carismática y muy agradecida. Recuerdo estar cansado y sin aliento tras una larga e interminable caminata y un joven brasileño se acercó hacia mi para ofrecerme con toda su buena intención un poco de agua para reponerme y seguir con mi preciosa ruta. Pasé al rededor de una semana en este país y la verdad es que me fascinaba despertarme cada día y ver que maravilla me tenía preparado mi amigo Brasil. Un día fuimos a hacer una ruta por el amazonas y la selva, no tengo palabras para describir lo que era aquello. Era un terreno impactante, majestuoso y plácido, me quedé sin habla. Yo iba siempre pegado al río por si salía alguna curiosa criatura de entre la espesa maleza, siempre quise ver algún animal de esta selva pero no tuve la oportunidad. Las vistas de esta selva desde el aire son aún más impactantes, miles y miles de kilómetros de selva, la espesura verde llega hasta donde no alcanza la vista y esto me parece deslumbrante a la par que inquietante.
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